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«Seguramente estemos viviendo una distopía. Si no fuera así, puede que las sombras que proyecta el futuro nos estén llevando a imaginar demasiadas. Las distopías siempre son optimistas: se escriben para que tomemos otro camino. Desde el Farenheit 451, hasta el Nosotros de Zamiatin, y todas las suposiciones de Boullé o Matheson, o Rabelais, o Huxley, nos convierten en proyectos destinados a la desaparición o la resignación. Narrativamente, las distopías son el género más parecido a una pesadilla colectiva, pero las grandes, las distopías que empiezan cuando suena el despertador cada mañana son pesadillas de las que podemos fugarnos, despertar, conservar la individualidad y la conciencia. Aquí tenemos una de ellas, con todos sus presupuestos contradictorios, que es lo más hermoso de las cosas que nos aterran. ¿Vivir o poner la vida en manos de una gestoría deshumanizada? ¿Optar por la realidad o por el placer? ¿Confiar en la sabiduría, sabiendo que es el simple engranaje de una mentira mucho más amplia? Las preguntas suelen repetirse, pero solo algunas respuestas conforman modelos narrativos tan originales como el presente. Juan Manuel Ramírez ha encontrado uno de esos portones ocultos y auxiliares que nos hacen penetrar en un espejismo. Una vez dentro, quizá por fin averigüemos quiénes somos».

Alonso Guerrero



Lo único que impedía su huida hacia adelante era aquella tapia repleta de carteles. Las manos de “JJ” comenzaron a desgarrar el papel adherido a la pared como un perro que busca los huesos de su propio esqueleto enterrado. Las uñas ensangrentadas desprendían del mural las imágenes que mostraban lo acontecido en su vida. Con cada zarpazo, una nueva película se proyectaba ante sus ojos. Un final que genera un nuevo comienzo. Una fotografía georreferenciada que, tras el décollage, vislumbra un nuevo paso en el camino recorrido… Del mismo modo que un pájaro que choca contra un cristal, terminó tirado en el suelo. Se sentó y apoyó su espalda contra el muro. Derrotado, miró los trozos de papel y escombros que se amontonaban a su alrededor. Había llegado el momento, era hora de escribir un libro.

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