Un día, como cualquier otro, Narciso, que se aburría en casa, decidió descargar una conocida aplicación de citas en su móvil. «No pierdo nada probando», pensó. «Al menos conoceré gente nueva». Desde que se mudó a Madrid, no había hecho muchos amigos ni había conocido a ninguna chica, así que se puso manos a la obra.
Después de configurar su perfil, añadiendo algunas fotos y una breve descripción de presentación, investigó sobre el funcionamiento de la aplicación. Parecía muy sencillo. Los distintos perfiles de los usuarios se mostraban de forma aleatoria en la pantalla, según las preferencias que había configurado previamente en cuanto a edad, distancia y sexo. Si deslizaba el dedo hacia la izquierda, indicaba que esa persona no le interesaba. En cambio, si deslizaba el dedo hacia la derecha, el usuario era de su agrado. De esta forma, cuando dos usuarios se gustaban mutuamente, la aplicación les permitía entablar una conversación.
Tras revisar durante un tiempo a posibles pretendientas en su móvil, deslizando hacia la izquierda y hacia la derecha, primero con cautela y luego con la soltura de alguien que lleva tiempo registrado en la aplicación, apareció un perfil que llamó mucho su atención. El perfil tenía solo dos fotografías: dos retratos de Isabel Díaz Ayuso, la presidenta de la Comunidad de Madrid. Además, era un perfil verificado por la aplicación, lo que en principio demostraba la autenticidad de la identidad. En la página de su perfil, se hacía llamar María y tenía 38 años.
Narciso había leído las descripciones de todos los perfiles anteriores, pero en este caso le bastó con ver las dos fotos. En particular, se fijó en que una de las fotos tenía la marca de Google que permite buscar dentro de ellas: un cuadrado con un punto en su interior. Su impulso, casi inmediato, fue denunciar el perfil como falso en la aplicación. Podría simplemente haber indicado que no le gustaba, pero instintivamente pensó que denunciar un perfil que había determinado falso era lo correcto.
Sin embargo, una vez que inculpó a María de 38 años como usurpadora de la identidad de Isabel Díaz Ayuso, se arrepintió. Tal vez fue consciente de que ya no era posible coincidir ni contactar con la persona detrás de aquel avatar, y que había perdido la oportunidad de conocerla.
Durante un instante, se imaginó que en vez de denunciar a María, había indicado que le gustaba. Imaginó que la supuesta Ayuso también se fijaba en él, interesada en conocerlo, y que podían conversar en el chat. «Quizá, si me hubiese tomado el tiempo de leer su descripción, habría explicado de forma irónica e inteligente el motivo de utilizar esas fotos en su perfil», pensó. «Quizá era una chica culta e interesante que escribía los vocativos después de la coma. Quizá nos gustaba la misma música, compartíamos valores e inquietudes y tenía una sonrisa preciosa. Quizá era estupenda, hubiéramos conectado y habríamos decidido quedar. Así, en nuestra primera cita, comentaríamos el porqué de esas fotos, nos habríamos reído de ello, habríamos bebido cervezas y, quizá, hubiéramos terminado haciendo el amor. ¡Tal vez acabo de descartar al amor de mi vida! Y aún peor, ¡he denunciado su perfil!
O… ¿y si…? ¡¿Y si fuera la mismísima Ayuso?! No comulgamos absolutamente con nada. Ni ideales, ni valores, pensamientos o forma de actuar. Es más, creo firmemente que está loca. Pero, ¿y si María, de 38 años, mintiendo en su edad y quitándose cinco años, fuese realmente María Isabel Díaz Ayuso, presidenta de la Comunidad de Madrid? ¿Y por qué no? ¿Por qué ella no podría buscar conocer a gente, como hace todo el mundo, como hago yo? Salir de la vida política y hacer lo que hacemos la gente normal. ¿Y si hubiera hablado con ella y todo lo que vemos en los medios fuera una fachada? ¿Acaso existe esa posibilidad?».
Se imaginó hablando con ella, conociéndose, haciendo planes juntos, besándose, enamorándose…
«Pero, ¿qué haría ella en una aplicación de citas?», se dijo casi gritando.
—¿Y qué demonios hago yo aquí? —gritó.
Inmediatamente después, borró la aplicación y tiró el móvil por la ventana. Se sentó en el sofá, tremendamente confundido. Encendió un cigarro y se sintió aliviado al recordar que ya no tenía móvil. Y que, visto lo visto, hacía mucho tiempo que había perdido la capacidad de imaginar. Entretanto, un teléfono se estrellaba contra la cabeza de una mujer que caminaba por la calle. La mujer, dolorida tras el golpe, era Isabel Díaz Ayuso, que andaba despistada mientras revisaba su perfil en una aplicación de citas.
***
De mi libro ficticio «Basado en techos reales».
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