Me embeleso con la paradoja de si alguien podría asistir al entierro de su asesino.
¿Llevaría encima su arma por si resucita?
Hay palabras que riman con el sonido de un puñal que se hunde en la carne.
La melodía execrable de la sangre goteando en el suelo desde el filo de un cuchillo.
Lo reconozco, me he dejado la piel para olvidarme.
Evalúo el desenlace de este poema atroz: soy yo votando a Vox.
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De mi libro ficticio «Poemas cuánticos en un mundo sin química».
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