«Los poetas no son gente de fiar», escribe desde hace tiempo José María Cumbreño. Una afirmación imperativa en forma de eslogan o reclamo que no nos debería dejar indiferentes para adentrarnos en el mundo de la poesía que tan bien conoce (os invito a descubrirlo). Ser poeta no depende solo del escritor pero, sin lugar a duda, lo convierte en alguien del que jamás deberíamos fiarnos.
La poesía es aquello que te transporta a otro lugar. Un poema, con las palabras certeras, cuando terminas de leerlo y sentirlo en lo más hondo, te transforma completamente. Nunca vuelves a ser el mismo después de atravesar sus versos. La poesía es inevitable y, a diferencia de la música, lleva intrínseca su propia melodía. No debemos confundirlas, porque no toda la música es poesía. Ni tan siquiera la propia poesía lo es en algunos casos. ¿Quién, entonces, en su sano juicio se atrevería a leer poesía? O peor aún, ¿quién podría llegar a ser tan insensato como para escribirla?
La poesía se adueña de nuestra intimidad en la más absoluta soledad, nos atrae y nos atrapa. Los poemas nos acechan, regresan una y otra vez bajo diversos disfraces. Y en cada momento nos transforman, nos llevan a un lugar distinto. En ocasiones nos hacen emocionarnos, en otros reír —quizá llorar a carcajadas—, y en todos sentimos sus versos mordiéndonos en nuestro fuero más interno. Si no es así, lo lamento, es tarde: usted no está vivo.
El poema está diseñado para diseccionarte como un forense practicando una autopsia, tranportándote a la fría camilla de la morgue. Desgarra cada uno de tus órganos, recolocándolos de nuevo y aplicándote después los puntos de sutura necesarios que te permiten estar visible en el velatorio. Un verso puede destruirte, y otro recomponerte como a un jarrón que fue arrojado con ira contra la pared y luego pega con mimo sus pedazos a escondidas.
Los poemas no solo se ocultan en los libros o en las canciones, sino en todo lo que nos rodea. Y siempre son un buen lugar para cobijarse. Un domingo por la tarde ya es en sí un poema. Descansar tumbado en el sofá con una manta es mera poesía. Beber una una cerveza con los amigos, ver rebotar una piedra en un estanque, un primer beso, bailar, escuchar tu canción favorita en la radio, encontrar una entrada de cine o un corcho de vino en el bolsillo del abrigo que no te pones desde el invierno anterior, son versos y poesía.
***
Recientemente, de forma indirecta, he podido compartir la poesía escrita con un gran amigo que, aúnque siendo lector, no se había adentrado en profundidad en este género. Quizá, porque, aunque la gran mayoría hemos leído los versos de los poetas clásicos alguna vez en nuestra vida, puede costar someterse ante la poesía contemporánea sin ser conscientes de que nos rodea.
A raíz de una publicación en la red social Facebook del escritor Marino González, supe que el poema «La hora de paseo», de Ben Clark, lo había utilizado Robe en su última gira de «Mayéutica» —sin citar al autor— para introducir la canción «Tango Suicida» (vídeo):
Un hombre que ha salido con su perro,
un hombre que ha salido muy temprano,
que pasa por delante de la mar
sintiéndose distinto a la mañana
anterior, repitiendo sin embargo
cada paso de ayer, como una máquina.
Se ignora si es la bestia quien lo lleva,
o si en cambio conduce el ser humano;
o si se necesitan mutuamente
como se necesitan con urgencia
los amantes los sábados.
Amanece despacio y alguien grita
sin que nadie pregunte ni responda.
Y es que sólo hay un hombre paseando,
no arrastra tras de sí ningún dolor,
no representa nada, no es un símbolo
de ningún tipo, no es una metáfora
de la pena y la angustia de vivir,
hay poemas mejores para aquello.
Aquí sólo hay un hombre que ha sacado
a su perro a la calle unos minutos.
Que pretende volver en cuanto pueda
a la cama a seguir imaginando
que el perro se le muere, que de pronto
se le destina a un sitio donde nadie
entienda una palabra en castellano.
Un sitio sin correas. Eso piensa
el hombre que pasea con su perro,
el hombre que ha salido tan temprano
porque le aterroriza que otros hombres
puedan interrogarle con preguntas
sobre la raza y sobre las costumbres
del animal que tiene amordazado,
mientras sale a la calle con su perro
aburrido del mundo, junto al mar,
y piensa que ha vivido muchos años
y que ha sido feliz muy pocas veces,
y que ha tenido varios perros buenos
pero sólo un amor, y ese fue malo.
Comentar este hecho con mi amigo, con quien en estos últimos dos años he asistido a varios conciertos de Robe —y coincidiendo con Marino en que el cantante debería haber citado al autor—, hizo que se interesase por el poeta y adquirió su libro «¿Y por qué no lo hacemos en el suelo?» (ESPASAesPOESIA, 2020), donde aparece el poema. De este mismo libro está publicado en mi web otro poema «Envídiame, yo puedo amarte aún».
Ben Clark es un claro ejemplo de la poesía que nos rodea, porque si no supieras quién es, seguramente ya le conozcas. Mañana sale a la venta su nuevo libro «Demonios» (Sloper, 2023) que, según ha anunciado el propio autor en clave de humor en su cuenta de twitter es “la versión corregida de ‘Demoños’. Trae todos los sólo de solamente con tilde y menciona ChatGPT y otras cuestiones de rigurosa actualidad, como la Odisea”. Y fue precisamente en esta red, twitter, donde el escritor tuvo una gran repercusión por su denominado poema viral:
Tú lees porque piensas que te escribo.
Eso es algo entendible.
Yo escribo porque pienso que me lees.
Y eso es algo terrible.
Estos versos del poema «El fin último de la (mala) literatura», que nacen como una reflexión irónica sobre cuál es la función de escribir —como se anuncia en la portada de su anterior libro—, están contenidos en su obra “La mezcla confusa” (VII Premio Nacional de Poesía joven Félix Grande, 2011).
También —y, quizá, sin saberlo—, puedes haberte bebido alguno de sus poemas contenidos en la etiqueta del vino Unanimus (Ribera del Duero).
Ben Clark (premio Loewe y premio Hiperión de poesía) es uno de los mejores poetas de su generación. Y, si no tienen miedo y aún no se toparon con sus versos, podéis adentraros en su poesía. No deberían perdérselo. Esta es mi recomendación para cualquier tarde de domingo, día de diario y fiestas de guardar. Desde estas líneas les invito a que pasen, lean y disfruten la poesía.
Deja una respuesta