Cómo admiro a los que saben irse, a los que no tienen miedo a la muerte. Genio y figura hasta la sepultura. Ellos son los que nos enseñan a vivir, porque nosotros nos quedamos aquí. Y en eso consiste realmente la vida. No es demostrar valor, es demostrar cariño, empatía y ayudar. Es volver al concepto de tribu y huir del individualismo. Hacen falta menos muros y más puentes para estos días, no me cansaré de repetirlo.
Los que me conocen ya saben que, a veces, escribo y escribiré sobre los que no me leen, bien porque, de alguna forma u otra, se fueron; o porque prefieren adormecer sus sentidos a verse reflejados en una canción, un poema o la literatura.
Sigue habiendo mensajes que uno jamás querría recibir, pero llegan. Llegan para anunciarte un nuevo adiós, aunque será más bien un hasta luego, y esperemos que sea tarde.
Algunos —más de uno— debemos la sonrisa a los que nos acompañan, pero la mía no tendría el colmillo tan afilado sin tu ayuda.
Que la tierra te sea leve, Lula.
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