Pues bien, así las cosas, de pronto legó el otro amor loco, el sublime, el bárbaro, el doliente, el soluto, el súbito, el despótico, y todos los vocablos de ese corte que se le quieran añadir, el que es a la vez cielo e infierno, premio y castigo, el que te aniña y al vez te consume, y en un momento revolucionó toda mi vida, me convirtió en su esclavo, y me enajeno, falseando por completo mi manera de ser. Repito: falseando por completo mi manera de ser. Aquello fue una auténtica metamorfosis, tanto o más que la que cuenta Franz Kafka, del que ya hablaré más adelante.
Yo sabía de ese tipo de amor por las poesías y las canciones, como ya he dicho, y creía que eran solo pamplinas románticas, alardes retóricos, música y susurros, hasta que lo conocí y entonces vi que no, que la cosa va en serio y de verdad. Y que además ocurre de improviso, como pasa también con las desgracias. De pronto, al conocer a Pepita, que así se llamaba mi amada, o al menos así es como la llamaba yo, senti algo nuevo, nunca vivido, y que no voy a intentar describir porque no sabría hacerlo. Estas cuestiones de los sentimientos no se dejan domar por las palabras, por más léxico que uno tenga, ni menos aún reducir a conceptos o someterse a las pesquisas filosóficas. Yo creo que solo los poetas, pero sobre todo los músicos, son capaces de explicar algo de esa ridícula catástrofe espiritual. Baste decir que de pronto mi vida, sin Pepita, carecía de sentido.
Cierto que esa misma pasión la había experimentado con algunos de mis enemigos, quiero decir la necesidad de estar cerca de ellos y, de algún modo, de no saber vivir sin ellos, pero lo de Pepita era distinto, porque si el odio puede llegar a satisfacerse o a paliarse con la venganza o el desprecio, en el amor no hay más opción que la conquista de la amada, y fuera de eso todo es acabamiento, espanto, ruina y desolación.
En el amor, uno se lo juega todo a una sola carta, en tanto que en el odio son muchas las bazas, las combinaciones, los matices del juego. Las variantes del odio son mucho más ricas y numerosas que las del amor.
Aunque lo cierto es que, en el fondo, tanto las historias de odio como las de amor están expuestas por igual a los desafueros de la imaginación y la locura.
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