Pues sepa vuestra merced que existió un hombre muy pobre, de profesión escritor (esto explicaba la menesterosa condición). Relató la mejor historia jamás contada, utilizando sus únicas pertenencias: un desgastado lápiz y unas cuantas hojas de papel.
Cuando halló la muerte, de la misma forma que lo haría Oscar Wilde en París, el manuscrito cayó en manos del olvido.
Pasaron varios años hasta que Lázaro González lo encontró, en una polvorienta caja, un contenedor de objetos perdidos.
Después de leer el libro y quedar maravillado, no dudo en hacerlo público bajo un pseudónimo: “Anónimo”.
Juan Manuel Ramírez Paredes. Cuentos sin retorno. Madrid (2018).
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