Ella se encontraba en el precipicio, con un pie sobre la tierra y el otro en el aire.
Él nunca supo cómo había llegado ahí. No recordaba el camino andado ni cuando decidió partir, pero estaba allí, frente a ella. Tampoco tenía consciencia de cuándo agarró su mano, pero sí la seguridad que no la soltaría.
Ella le zarandeó, le golpeó e intentó revolverse para que la soltara, pero él permaneció impasible.
—¿Por qué no me sueltas? ¡Caerás conmigo!
—Pues caeremos.
—Y si no lo hago… ¿Te quedarás aquí para siempre?
—No pienso soltarte, decide tú. ¿Saltamos? ¿Nos quedamos aquí? O… ¿nos vamos al fin del mundo?
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